La crisis del coronavirus ha supuesto todo un reto para la gestión sanitaria en nuestro país, ya que el COVID19 ha monopolizado los recursos sanitarios durante varios meses. Este hecho ha supuesto que, pacientes con síntomas de otras enfermedades hayan quedado relegados en la gestión de recursos, teniendo que recurrir a alternativas como la consulta telefónica o “telemedicina”.
No obstante, a pesar de haber sido una gran aliada para el diagnóstico de enfermedades comunes, el diagnóstico mediante videoconferencias no siempre es el correcto. Al no poder detectar otro tipo de síntomas, el profesional no siempre puede detectar afecciones que diagnosticadas a tiempo pueden tener un tratamiento mejor. De esta forma, un paciente que presenta síntomas de insuficiencia respiratoria sólo será tratado según estos síntomas, sin posibilidad de que el médico pueda detectar otros problemas, como cardiopatías congénitas a través de una simple auscultación del paciente.
Otro de los graves problemas que aún presenta la telemedicina como factor de riesgo es el mal uso de los antibióticos. En este sentido, un estudio de la Revista Pediatrics de la Asociación Americana de Pediatría analizó 340.000 casos de infecciones respiratorias en menores atendidos entre 2015 y 2016. En este estudio, se detectó una tendencia mayor a la receta de antibióticos en la modalidad de telemedicina frente a las urgencias y las consultas médicas tradicionales.
De esta forma, mientras que las urgencias y las consultas tradicionales recetaban antibióticos en un 42% y 31% de las veces, los que lo hacían por telemedicina, lo hacían más del 50% de las veces, lo que influye en la creación de resistencias frente a los antibióticos.
Es cierto que durante la pandemia y con las circunstancias derivadas del aislamiento ha habido que recurrir a la consulta telefónica, pero sin duda resulta vital recuperar la rutina y los controles habituales presenciales si queremos evitar los posibles riesgos en los pacientes.
En estas semanas vimos neumonías donde “solo parece un resfriado”, tosferinas que parecían crisis asmáticas o estancamientos de peso y talla (en muchos casos, motivados por la idea de evitar exponer a los bebés de pecho, por ejemplo). Incluso lo que antes se diagnosticaban prácticamente en las primeras horas (luxación de cadera, etc.), ahora tarda varios meses en formalizarse.
La revisión pediátrica necesita presencia, tiempo y dedicación. Esto que ya dábamos por sentado está fallando por miedo al COVID-19, lo cual es evidente en el abandono de las vacunas. Se están diagnosticando más polios que aparentemente estaban muy controladas, más tosferinas, más parotiditis y también empezaremos a ver difterias o tétanos si no recuperamos las vacunas y los controles de salud.